« ¿Habéis experimentado alguna vez la monstruosa satisfacción de mirarse en un espejo después
de haber pasado innumerables noches en vela? ¿Habéis soportado la tortura de los insomnios
en los que se percibe cada instante de la noche, en los que estamos solos en el mundo y
sentimos que vivimos el drama esencial de la historia; esos instantes en los que ni siquiera ella
tiene ya la mínima significación y deja de existir para nosotros, pues notamos que se elevan en
nuestro interior llamas terribles; esos momentos en los que nuestra propia existencia nosparece ser la única en un mundo nacido para vernos agonizar —habéis experimentado esos
innumerables instantes, infinitos como el sufrimiento, en los que el espejo refleja la imagen
misma de lo grotesco? En él aparece una tensión final, a la cual se asocia una palidez de
encanto demoníaco —la palidez de quién acaba de atravesar el abismo de las tinieblas. ¿Esa
imagen grotesca no surge, en efecto, como la expresión de una desesperación con aspecto de
abismo? ¿No evoca el vértigo abisal de las grandes profundidades, la llamada de una infinitud
abierta dispuesta a devorarnos a la cual nos sometemos como una fatalidad? ¡Qué agradable
sería poder morir arrojandose al vacío absoluto! La complejidad de lo grotesco reside en su
capacidad de expresar una infinitud interior, así como un paroxismo extremo. ¿Cómo podría
éste, pues, objetivarlo con contornos claros y netos? Lo grotesco niega esencialmente lo clásico,
de la misma manera que niega toda idea de armonía o perfección estilística. »
Cioran, E.M., En las Cimas de la Desesperación. Tusquets, México 2009.
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Autorretratos a través de cuatro meses
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